domingo, 2 de noviembre de 2008

Capítulo 3


Y llegaron las 5 de la mañana del día siguiente. De nuevo el Príncipe de las calles fue a parar a su café de la Plaza de la Reina. El café era el refugio matutino a la desoladora realidad. Sus camaradas, sus cómplices de historias inventadas, sus amigos de café, le acompañaban como siempre en ese refugio de vapores tostados, como todas las mañanas, llueva o neve, se trabaje o se celebre cualquier hito.

Sentado en su esquina de siempre, con la cabeza apoyada en el espejo con el que Lucas pretendía multiplicar las mesas del Café de Lluvia, esperaba su tocadito. Había Mercado Central. Luego iría a pasearse a ver las anguilas resbaladizas hacerse nudos, a charlar y seguir con sus historias con las vendedoras de las tiendas de frutas: sabía sacar a relucir sus conocimientos de la época en que estuvo de jornalero en los campos de Valencia, ora recogiendo naranjas, ora labrando las tierras, ora trabajando con los tomates, las aceitunas, la chufa, el arroz. Y cómo no, visitar a su amigo Sebastián, el vendedor de la tienda de especias que tenía un monito araña siempre posado en su hombro: hombre exótico donde los haya.

Mientras esperaba la llegada de sus compañeros reflexionaba sobre si era oportuno contarles lo que le esperaba la jornada, o si ese era día de dejar hacer y simplemente apuntillar con uno de sus comentarios de experiencia. Quizá se metió en pensamientos un poco pantanosos. Pensó en su personaje, en el mito que construía con esa imagen de judío huidizo y reflexivo, de viejo corremundos que se refugia en sus últimos años en un café a regalar su experiencia a sus pocos compañeros de amaneceres. Se dijo que era imbécil pensar tanto en uno mismo, pero realmente le gustaba construirse, sentirse dominado y controlado por él mismo, el príncipe de la calle…

Al final llegaron: Edgar, Aparicio y Julio entraron por la puerta y el espejo a la vez, acercándose por ambos lados hacia el punto central, la mesa de su rincón. Se reunieron al final para coger fuerzas y afrontar el día.

- Buenos días señores – empezó a decir.

- Hombre Claudio, has llegado antes que nosotros – contestó Julio.

- Hoy va a ser un día especial – sentenció Claudio.

Aquí quedó la primera conversación del día, todos se apresuraron a tomar asiento, pedir sus desayunos, y prepararse para la tertulia. Nadie de todos tenía prisa por saber porqué iba a ser un día especial, en nada Claudio arrancaría su relato y descubrirían por qué después de la visita al mercado iría a comprar una flauta reclamo.

F. Morant

2 comentarios:

dos mentirosos dijo...

qué judío más grande estás hecho... la próxima será muucho más difícil, ya verás ya...

un saludo!

Decé dijo...

Propuesta abierta?

trituradora, orinal, peineta, perspectiva, teclado

=)