viernes, 31 de octubre de 2008

A petición de Dos Mentirosos

Ahí van las siguientes 5 perras negras: mono, flauta, desolador, naranja y judío.

martes, 28 de octubre de 2008

capítulo 2

Los cafés de la mañana en aquel bar de la Plaza de la Reina se los debía a sus camaradas. Jamás pensó que se tratara de solidaridad, ni siquiera estaba seguro de haber pronunciado esa palabra en voz alta alguna vez. La había leído en los carteles que solían adornar los muros del Barrio del Carmen y en los chalecos de esos chicos- tan graciosos- que perseguían a la gente en al Estación del Norte cuando se dirigía al trabajo pasadas las nueve. Incluso juraría haber visto esa palabra escrita en alguna lona blanca colgada en un balcón.
Todo aquello le parecía lejano y muy serio. En realidad no podía, ni hubiera sabido, argumentarlo, pero estaba seguro de que también era demasiado serio para las personas que recorrían aquellas calles pendientes del reloj. Además, requería implicación. Por eso, el secreto estaba en encontrar buenos camaradas. Cuestión de comodidad, para ellos.

Muchos estaban simplemente de paso, pero otros tenían un sitio fijo en la barra o en alguna de las mesas del bar. Normalmente barrenderos y repartidores de prensa que tenían asignada aquella zona. Cuando alguno de los camaradas lo veía saliendo de Bordadores pedía un tocadito para él y, antes de que entrara por la puerta, ya lo tenía en su esquina. Para él era la mejor forma de ver aclarar el día. El príncipe de la calle, así lo llamaban- y no le importaba porque era el único de ellos que podía presumir de vivir en el centro-, llegaba cada día con una historieta nueva que compartir. Mentiras a sabiendas, fantasías infantiles a los setenta o verdades increíbles. Era el modo que tenía de contarlas por lo que valía la pena escucharlo. Y, aunque nunca lo dijeran, cada uno acababa creyéndolas a su modo.

Siempre había querido ser actor y aquel bar, con la atmósfera de tabaco, café y anís, se convirtió en un trasto como los que guardaban esos teatros delante de los que paraba para ver la programación de las obras y leer el nombre de los actores, aunque no conociera a ninguno. Aún así, juraría que alguna vez había visto al tal Arturo Fernández salir por la puerta del Talia una noche de miércoles hace muchos años. Además, qué mejor público que sus camaradas. Pero esos momentos de abstracción se acababan cuando alguien decidía apagar las farolas para advertir de que ya era hora de volver al trabajo, o empezar.

Últimamente hablaba de su novia boloñesa, lo que daba pie a que recordara con ellos sus anécdotas de marinero. Había perdido, decía, la cuenta de las veces que salió del puerto de Valencia para dejarse marear por el Mediterráneo para llegar a Génova, Pisa, Nápoles o Palermo. Chapurreaba algunas palabras en italiano con las que, ni él mismo, estaba seguro de lo que quería decir. De vez en cuando, le gustaba dar una pincelada de misterio, y grandilocuencia, a sus palabras: "no podéis imaginar lo que transportaban aquellos navíos". Entonces inflaba el pecho mientras hacía como si calafateara algún barco y, por la cara que ponía, parecía incluso que pudiera oler la brea. Aseguraba que en unos meses marcharía a Bolonia, con su novia, para estudiar una carrera en la universidad que tanto renombre tenía. Todavía no había decidido si estudiar Historia o Literatura. Lo mismo daba, decía que le gustaba toda clase de ciencia ficción. Sólo tenía que esperar a que le concedieran la beca del Ministerio que compró en el kiosko y guardaba, ya rellenada, en el bolsillo interior de su mochila.

Cuando veía que alguno de sus camaradas hacía el amago de regalar alguna perlita como "trolero", aterrizaba de nuevo y echaba mano de la realidad: explicaba todos los nudos habidos y por haber- más de uno, juraba, de invención propia-, de aquella vez que quebró el moco y permitió a los cabos sumarse a la libertad a la que invita el mar, de todos los vientos locos que hay que tener en cuenta a la hora de desplegar las velas.
Pero esos momentos de abstracción acababan cuando alguien decidía apagar las farolas para advertir de que ya era hora de volver al trabajo, o empezar.
Mañana a las cinco, cuando muchas personas siguen durmiendo ajenas a quienes ven despertar la ciudad, el príncipe, marinero y actor volvería al bar con sus camaradas para poner, como cada día, en una misma balanza imaginación y realidad.
M. Ramón

lunes, 27 de octubre de 2008

A petición de El Autoestopista...

moco, boloñesa, trasto, solidaridad, príncipe

domingo, 26 de octubre de 2008

Capítulo 1 - 5 perras negras

¡Hola! Tengo nombre y vivo, pero creo que cuál y dónde ahora no importan. Estas son cosas que se suelen hacer cuando alguien conoce a alguien por primera vez, pero creo que desfiguran aquello que realmente vale la pena contar. Y lo que ahora importa es que llevo cinco minutos pensando en cómo presentarme para luego no hacerlo, pero quizá de esta manera ya lo he hecho. No sé si me entendéis, pero en todo caso, esto es lo que iba de un lado para otro, como ideas en monociclo, por la parte del cerebro reservada a cavilaciones, que casi nunca uso.

¿Y qué me pasa? Tiene que pasarme algo, no tendría sentido contaros algo de mí si no me pasan cosas interesantes dignas de ser escuchadas, además de tener nombre y vivir. Pues me pasa que paseo entre conos amarilloanaranjados, luces de farolas, por la calle, de noche, mientras el pelo se me moja poco a poco de una lluvia que no cae, sino flota.

Acabo de dejar atrás el motivo principal por el que he empezado a escribir esta historia. Seguro que alguna vez, mientras andáis sin prisas, escudriñando a vuestro alrededor, os dais cuenta de cosas insólitas. Pues bien, hace unos diez minutos he escuchado el canto de un pájaro, en medio de la noche, y bajo la lluvia. Nunca había escuchado un pájaro de noche. Entre unas ramas, que le hacían un marco verde y vidrioso de hojas y agua, se encontraba un pequeño bigotudo. Supongo que estaría extraviado, no es nada normal encontrar este pájaro en una ciudad.

Nada más darme cuenta de las muchas cosas que me pueden pasar, y las muchas relaciones que pueden tener con el canto del bigotudo, he decidido parar en este pilar, y empezar esta historia…
F. Morant

martes, 21 de octubre de 2008

Empieza el juego

farola, amarillo, monociclo, pilar, marco

lunes, 20 de octubre de 2008

El juego de las 5 perras negras

Esto será un juego. Tejeremos una sola historia entre los dos que irá creciendo a lo largo de cada entrada. ¿Las reglas? Sólo una: deberán aparecer las cinco perras negras -en el ideolecto de Julio Cortázar, palabras- que nos propongamos mutuamente para cada pasaje de la narración.

Una vez explicada la dinámica del blog, nos vamos a permitir la licencia de añadir un fragmento de Rayuela, de Julio Cortázar, en el que el autor usó por primera vez la terminología de perras negras para designar a las palabras:

¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua... Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo. (fragmento del capítulo 93 de Rayuela, Julio Cortázar).

P.D. Las perras negras al principio serán propuestas mutuamente, pero no se descarta utilizar otros medios para elegirlas.

Un saluzo, un abrazo, un beso, dos...sírvanse ustedes mismos!