domingo, 23 de noviembre de 2008

Capítulo 7

Reunidos de nuevo en su rincón, los 4 amigos ideaban el triunfo en la vida de Claudio. Descartaron de entrada cualquier acto viril, el amor no entiende de “hombres”, y menos todavía la vida. Además, por decirlo de manera grandilocuente, sus gastrocnemios no rendían como antes, y su inmunodeficiencia sufría con cada temporada de gripe que pasaba: en resumen, que los años y sus achaques ya se hacían notar, y de una manera notable.

En nada tenían un plan aproximado de cómo Claudio iba a vivir toda su muerte al lado de quién fue la muerte de su vida. A las 9 del día siguiente se presentaría en la chocolatería Orts donde como cada domingo Clarisa iba a tomarse el chocolate con porras que alguna vez, en sus tiempos dulces, habían compartido. Después de tantos años para ella sería irreconocible, pero él no la olvidaba. Llevaba demasiado tiempo ideando su final, planeando sus últimas palabras y suspiros. Debía terminar ya esta existencia desesperada, solo le faltaba llevarle a su sueño las palabras que una luna rota en el agua se empeñó en enmudecer.

Todos habían estado estudiando el encuentro durante tiempo y después de la camaradería demostrada, Claudio se despidió de Julio, de Edgar y de Aparicio con todos los honores que el rincón especular de su café les permitía. Por lo menos se despedían los 4 pensando del otro: qué jodido hijo de su puta madre.

Después de una noche en vela, a las 9:05 entraba Claudio a la chocolatería Orts con su periódico debajo del brazo. Todavía no había llegado Clarisa. Eso le permitió sentarse tranquilamente en un rincón desde donde observar todas las mesas, y relajarse un poco. Pidió su chocolate con porras, lo más parecido a cualquier coito joven de su tiempo contemporáneo, y empezó a leer los horóscopos para reírse de ellos. Llegó a piscis y entró por la puerta. Se conocieron en marzo. Terminó con todos y volvió a mirarla. Solo faltaba esperar a que su hija fuera también a por el periódico como Aparicio le había iluminado. Y no tardo demasiado en ir a por el matinal.

Se encontraban a tres mesas de distancia, a 10 pasos viejos de Claudio, a un suspiro en su vida. No perdió los nervios, pero las piernas no las sentía como para ir hasta allí. Entonces el pañuelo morado que Clarisa había dejado en el respaldo de su silla resbaló hasta caer delicadamente en el suelo. Ahí vio Claudio su oportunidad. Le hizo una señal al camarero, y le dejo en la mesa lo que le debía más una generosa propina. Se levantó con una decisión que luego no pudo creer, y se encaminó hacia la salida. Al llegar a la altura del pañuelo, se detuvo cogió aire, se agachó para coger el pañuelo, y se lo ofreció dejando asomar la mano por el lado izquierdo de la cabeza que en su día reposó en un sus hombros.

Clarisa se giró sorprendida. No entendía por qué aparecía esa mano de repente. Toda explicación que recibió fue:

Se había caído. Después de tantos años sigo escuchando el bigotudo que en aquellos días adornaba el correr del agua del Turia. Hay música que nunca muere, pero hay corazones que no aguantan su compás.

Sin dar tiempo a nada, le dio el pañuelo y salió. Clarisa miró el pañuelo que había caído en su mano y entonces sitió el peso de las palabras que le habían caído con él. Se dio cuenta quién las había pronunciado y le volvió todo a la mente. Era increíble que ese canto no se hubiera hundido después de tanto tiempo, pero pensándolo bien, era imposible que esto ocurriera. Después de tantos intentos, de tantos años de matrimonio feliz, nunca lo había conseguido callar. Algo debía tener. Miró por la cristalera a eses señor, a Claudio, su pasado más feliz, y lloró por un presente que nunca disfrutó. Claudio se aseguró la gabardina y miró por la cristalera a su pasado más feliz, no lloró, lo había hecho tantas veces en el pasado…sonrió por la lágrima que le caía a Clarisa y que se le antojo como agua del Turia.

Dos días después las cenizas de Claudio fueron depositadas al Turia por sus jodidos amigos, los hijos de su madre, a la altura del Pont de les Flors. Pero las cenizas no nadaban solas, consigo viajaban también las cenizas de un pequeño artilugio de madera: el reclamo de canto de bigotudo.



Ya ves, aquí sigo en este pilar en el que me he parado después de escuchar de nuevo este canto. No recuerdo dónde escuché o leí esta historia, pero me ha parecido importante recordarla en estos momentos. A ver que me depara ahora mi camino. Voy a seguirlo y a seguir contándoos. Por cierto, todavía no sabéis de mi, ¿verdad?...Veo que os cae la baba esperando saber algo más de mi…

F. Morant

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueeeno, vale, os lo habéis currao con esto de las 5 palabritas!! Jeje


Un saludoo*