jueves, 13 de noviembre de 2008


Después de una larga noche de copa en copa, bebiendo no para olvidar sino para recordar, se encontró con la cabeza en la almohada. Estaba lúcido como pocas veces se había visto y sentido por aquellos tiempos. En la mano tenía aquella carta que le entrego Clarisa hace ya tantos años. Guardaba todavía en un rincón de su maltrecho corazón un vacio lleno de dudas. ¿Por qué aquella carta, y aquel último abrazo en el Pont de les Flors, en aquella noche de aquel día? Recuerda como su corazón se rompía mientras una barquita rompía la luna llena, hundida en las aguas que tantos besos se había llevado al mar.

Tantos viajes en una vida para olvidar a Clarisa. Tantas historias no habían conseguido borrar la huella de un amor verdadero.

Quién sabe qué pensaba Claudio, con su reclamo debajo de la almohada, con la carta en la mano y con pocos días por delante. Sabía que el fin de sus días de aventurero, de príncipe de la calle se acercaba, y que su misión en la vida no podía quedar pendiente para otros tiempos.

Al día siguiente, sábado por la mañana, iría como siempre a su rincón del bar, y con sus camaradas Aparicio, Julio y Edgar trazarían los últimos y decisivos pasos de Claudio.

1 comentario:

F. Morant y M. Ramón dijo...

Què figura qui haja deixat les paraules :)
Què gran, jajaj!moltes gràcies!!!