martes, 30 de diciembre de 2008

El ritmo es frenético. Ellos pasan frenéticamente. Cortan unos segundos el ritmo para llamar tu atención, y el de ella. Quieren que los salpique con su luz blanca. Después dibujan una línea en zig zag y se maravillan al ver las formas escupidas en colores. Están siempre en medio pero puedo ver su cuello. No se dan cuenta, ni siquiera él. Lo creía más espabilado.

De pie, en silencio, la pienso en unas escaleras cerca de los árboles. Vuelvo a mirar. Estamos en unos escalones y el motor de los coches no duerme. Aparecen mil preguntas y diálogos sin sentido. Me invento algún juego de manos para dejarme ganar. Entonces empiezo a pensar que no necesitamos los árboles para jugar y que todos los ruidos sirven, pero esta vez gano yo. Pero las imágenes continuan mudas.

Una mujer rubia interrumpe su ritmo y lanza algo que no logro entender para despertar el mío. No sé qué hacen allí ni por qué se enfadan.


Elijo volver a cruzarme de brazos. Pienso que ese jueves no deberíamos saber el color del metal de los escalones, ni el frío de esas horas. La única palabra aceptada será confusión, aunque se trate de un error y preferiramos callarlo para mirar cada vez desde más cerca, hasta que en febrero nos atrevamos a besar la noche.

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