
domingo, 18 de enero de 2009

Capítulo 21 - Clementine
Te miro, me miras. En medio, el humo de unos cafés que esperan. Pude que la gracia del café este en el humo, un humo con olor tostado. O tal vez en su sabor, un sabor que mezcla lo dulce con lo amargo.
Tostados por el tiempo, nuestras miradas tropezaban de nuevo. Eran miradas dulces y amargas. Demasiadas coincidencias. A la vez, quemaban. Puede que por eso el café sea tan apto para estos momentos. Cafés con lágrimas dentro, cafés fríos de tanto esperar, cafés con hielo y limón, cafés que no paran de removerse de risas, cafés inquietos, cafés que despiertan y te dan los buenos días.
No era nuestro primer café, nos mirábamos pero uno callaba. ¿De qué hablábamos? Como siempre soñábamos con un mundo mejor. Con un mundo más alegre con nuetras músicas, nuestros libros, nuestras teorías sobre todo.
Cuántos besos, cuantas caricias, sonrisas, lloros o recuerdos han surgido de los labios mojados de un café prometido. Cuántas veces habrá sido invocado para experimentar sentimientos escondidos. Cuántas.
El café se terminó, el poso se secó, y ahí seguíamos. Tal vez ha dejado de ser la excusa. Simplemente ha sido víctima de él mismo y es un recuerdo más que se junta con la música, las luces y el olor y nosotros mismos flotamos ahora como humo entre nuestras miradas.
Puede que Clementine y las galletas danesas hayan entrado también al juego de los recuerdos, pero este té me sabe triste, y quiero café…
…contigo.

jueves, 15 de enero de 2009
miércoles, 14 de enero de 2009
Capítulo 19
Sentía todas las miradas encima de él, pero lo peor es que no sabía que hacer con ellas. La mezcla en su cabeza daba un resultado muy peligroso, y quizá la buena no se atrevió a escribirla. Escudriñó a su alrededor, mirando hacia el cielo buscando la inspiración como quien le busca color al éter. Estaba bloqueado, pero sin darse cuenta ya había salido una. Intentando mantener ese tono serio, pero a la vez fluido, grácil, biensonante, literario al fin y al cabo, le había salido la primera, y encima mezclada con color. Esto marchaba, pero, se paró de repente y bloqueó todo lo que estaba en marcha.
Qué coño era eso del estilo biensonante, qué coño era eso de meter las cosas con lubricante para que no hiciesen ruido ni daño, para que no chirriaran con las demás cosas. ¡Qué mierda le pasaba! De nuevo le repugnaban esos formalismos. Se metió la mano hasta el escroto, se lo cogió bien prieto y gritó: Esto pa’ ti. Que se joda tanto verbo fino, si al final se dice lo mismo. Hasta sale rima asonante. Vale que parece un arte del hipopótamo bailarín, que parece torpe, pesado…Es danza, es narración. Es lo que me de la gana, y así me espanto algunos ojos que se han cansado ya de escudriñar.
Estaba que ardía, pero se había quitado un peso de encima. Mejor dicho, 4 pesos. ¿Qué le quedaba?, ¿Qué le atormentaba? De nuevo empezaba a sentir las miradas en el pescuezo. Cómo le costaba salir a la última, se resistía como nunca ninguna lo había hecho, ni siquiera vislumbraba una posible salida.
Se volvió a parar, se relajo de nuevo y pensó en ese verde que se ve en las hojas a trasluz. Tanta magia apoyada en el verde clorofila, en el verde del átomo de magnesio de la molécula de clorofila. Pocos llegan a saber estas pequeñas cosas. Esa grandeza de lo diminuto. Ese dato que tenía ahí guardado en la manga, que muchas veces son los que te libran de los apuros. I ahí estaba, en efecto, esa pequeñez, esa pequeña pedantería que le salvo.
Quizá lo bueno no se atrevió a escribirla, pero muchas letras había colocado ya, una detrás de otra, y de alguna manera sabía que saldría del apuro, que cerraría a tantos ojos que le miraban.